Naturalmente, la historia de la formación de los estados/nación está cargada de fragmentaciones, divisiones y disputas. En este caso no me refiero a aquellas erigidas frente a un enemigo exterior. Lógicamente, la delimitación territorial, una constitución, una mínima escala valorativa y la economía productiva troncal determinan, además de la legitimidad exterior, el reconocimiento y condición de un estado/nación. De todos modos, la posibilidad para que esto tenga lugar es obtenida luego de disputas frente a otros poderes que combaten tanto su constitución interna como su delimitación espacial. En todo esto hay un factor central que tracciona tanto interna como externamente. Y me refiero a las disputas respecto a ciertas estructuras valorativo/productivas.
En la repartición de las provincias unidas del Río de la Plata estas disputas más que excepción, fueron regla. Las tensiones propias del seno en lo político y de la política son ineludibles. En términos institucionales, determinan y determinarán el porvenir de un estado/nación. Bien, hay algo que Milei sigue a rajatabla cuando mira la primera intrusión neoliberal directa de nuestra historia, y no hablo solo de sus medidas económico políticas. Me refiero al ámbito de lo social, desde donde se desprende necesariamente cualquier sentido político, al menos en su registro menos extenso. Allí, 50 años atrás, la elección de un enemigo interno fue crucial para legitimar socialmente las prácticas terroríficas perpetradas por la dictadura cívico-militar. Hoy, nuestro actual presidente se encargó en repetidas oportunidades de mencionar, en concordancia con la vicepresidenta, que lo sucedido por aquel entonces se trató de una guerra. Suponiendo así que los detenidos de la ESMA gozaban del resguardo acorde a los procesos propios de los detenidos en situaciones beligerantes. Quiero decir, suponen que el Estado de derecho y el derecho internacional penal no se suspenden a sí mismos, aunque, de hecho, sucedió lo contrario. Osea, las leyes que que garantiza derechos humanos básicos brillaron por su ausencia, y otorgó legitimidad de decisión contra y “por fuera” de la ley a aquellos organismos encargados de preservarlas.
Se podrá decir que, en lo referido a lo social, todo acto de violencia no fue legitimado porque sucedió mediante imposiciones. Que quién ve, o se entera fidedignamente de lo sucedido de forma automática reacciona negativamente. Es decir, repudia o actúa frente a ello. Creo que esto no sucedió así en todos los sectores de la sociedad, y que afirmarlo tan taxativamente elude una serie de variables suficientes de una explicación más rica. En zonas rurales y urbanas, en las porciones fuertemente despolitizadas, o en los sectores más conservadores, el valor central fue el económico, tanto negativa como positivamente, en detrimento del reconocimiento de valores humanos básicos, como la aniquilación perpetrada por la dictadura. Está claro el por qué no es ni fue una guerra. No basta mencionar que el oficialismo mal vincula momentos históricos, transfigura eventos y años. Ya que, para el año 76, los grupos armados en su totalidad bien o estaban desarticulados de modo que su efectividad era precaria o en algunos casos prácticamente nula o bien directamente fuera de funcionamiento. Afirmación que, de todos modos, oblitera el hecho de que la gente fue perseguida y torturada por mera disidencia. Hombres, mujeres y bebés sufrieron la aniquilación tortuosa de su existencia o la modificación de su historia,de su identificación. Cuyo fin fue establecer el terror tanto en las víctimas como en las ineludibles relaciones sociales y civiles en las que se encontraban enmarañadas.
No basta con decir que el enfrentamiento entre fuerzas asimétricas no respeta los pactos de una guerra, tanto en su armado, en su ejecución como en su legalidad. Así como los procesos legítimos y legales de respeto para con el otro a enfrentar, y mil disquisiciones que, de todos modos, son justificaciones que debemos volver a dar y enaltecer. Hoy, y durante el transcurso de las últimas décadas, suficientes porciones de la sociedad recuperan la estima de una Argentina de valores Xs, que solo se encuentran en aquel proceso de terror. Es difícil asimilar que esto sucede, más cuando uno se percibe en el lugar de quién sería un enemigo, pero en este caso no sirven posiciones psicologistas. Lo creído es creído de forma afirmativa, al punto de ser suficientemente funcional a la estrategia tanto electoral como para la que importa acá: la creación y mantención de la imágen de un culpable de cualquier deterioro de la vida en la Nación. El enemigo interno.
Con el paso de las décadas su contenido ha variado, pero no en demasía. De modo que podemos identificar elementos que se sostienen en el tiempo. Esto no solo viaja al pasado, hasta la década de los 70’ y nada más, también tuvo lugar antes. Es una lógica estructural de delimitación por cuanto muchas veces se encuentran intereses excluyentes, sobre todo en un país cuya histórica formación crece, a grandes rasgos, en la distinción colonial/anticolonial. En general, la lógica de la desidentificación y fragmentación en la decisión de la conducción de un territorio, tiene elementos antagonistas funcionales. Mejor, son estos elementos lo que nunca permiten la concreción de un ordenamiento total, sino siempre la tensión entre partes. De ahí que el ordenamiento total sea la supresión de la tensión, de la diferencia, de las partes. Al menos en la posibilidad de decidir sobre lo común y el destino de sus agentes. Independientemente de cómo esa tensión sea abordada. Si recordamos las palabras de público conocimiento dichas por Nicolás Dujovne junto a Patricia Bullrich hace nueve años atrás, aparece algo llamativo. Llamó estrafalario y caótico en la organización al por entonces gobierno de Cristina Kirchner. Esta es la causa, según el funcionario, por la cual los distintos grupos económicos no querían prestarle plata a la Argentina. Porque no la entendían. Lo que generó -angustiante lo decía- un bajísimo nivel de deuda externa. Al margen de que esto supone una discusión clásica que en este país nunca pasa de moda, eso de si gobernará una economía planificada y de protección o liberada y de deuda, lo dicho por Dujovne tiene remanencias en el aspecto social y es eso lo vinculante. Es que la mayoría de las reivindicaciones del proceso dictatorial, o, los discursos en alusión a que “hace falta que alguien ordene” son hechas en relación a lo mismo. Al orden necesario de una verticalidad. Es que, si este orden social y claridad económica, en tanto tiene su potencia en la deuda y financiarización de una economía primaria, es contrario al desorden propio de una gobernanza económica que mira hacia las condiciones de producción nacional (manufacturera y digital), al margen de qué sentido en particular se le de; entonces, aquel orden tiene en su verticalidad un interés que no es interno respecto al estado/nación, mientras que una gobernanza “estrafalaria” se ordena respecto al interés interno.
Este orden, en lo referido al aspecto interno, nos permite ver cuán imbricadas están las esferas de lo político, lo social, la política, la economía y el estado, entre sí, este último ya tanto en términos institucionales como no. El ascenso del gobierno actual, paradójicamente autoproclamado anarcocapitalismo por el presidente, tiende en el dominio social, a la identificación de un enemigo. Este es el mismo de siempre, y para ello surge la implementación de un orden por parte del dominio de las fuerzas. El brazo policial del Estado. Que se le suma, como se preveía, a una economía de extracción primaria por parte de poderes extranjeros, y, por otro lado, la toma de deuda. Más allá del fin de ésto último. Por lo que, su enemigo es cierto progresismo de ascenso social en el amplio espectro de sus variantes. Sí, este anarcocapitalismo, en lo nacional, es el viejo gobierno liberal y neoliberal de siempre. Once años atrás la ex presidenta mencionada más arriba, hacía alusión en una conferencia en Europa, a los peligros de una tendencia anarcocapitalista en el mundo. Claro, para que ésto no sea un oxímoron, lo decía de acuerdo a las grandes insuflaciones de dinero y mando que permitían el dominio desde la deuda, desde poderes corporativos transnacionales, que a su vez cortaban la posibilidad de que economías menores crezcan mediante valor agregado. La subordinación es necesaria para mantener este orden, y tiene lugar en el ámbito productivo/financiero, donde es necesario que la divisa emitida permanezca como fuerza de control para con las demás. Pero lo que aquel discurso señalaba es el consecuente paso que hay de una crisis a momentos violentos. O la relación interna entre ambas. A su vez, hay una mención que se deja ver, y es cuánto se sigue de una libertad radical a un anarquismo relativista. Más, en la medida en que ambas son radicales tienden a lo subjetivista, y, por lo tanto, siempre tienden al relativismo. Esto implica mil discusiones necesarias que por espacio no entran y en particular no vienen al caso. El punto es que, mucha gente creyó en la libertad que se pregonó, en la fuerza individual suelta en la selva de la nación donde es pobre el que quiere. Y una gran mayoría lo creyó con un enemigo negativo en el horizonte. Quizás por eso ‘fraternidad’ aparezca en frente de ‘libertad’ y no así ‘igualdad’.
Hoy hay sintagmas, nombres y prefijos que se repiten, aunque siempre se integren nuevas variables. No solo de contenido, sino en cuanto a las condiciones que una época permite y determina. Quiero decir, no teníamos comunicación automática en los 70’, ni tan pública información instantánea de todo y cualquier sector que se desee; ni tampoco relaciones laborales mediadas por la virtualidad y la tecnología algorítmica y formal. De todos modos, al igual que Reagan repetía respecto a centroamérica, acá el enemigo es el enemigo de la libertad, y esa libertad se logra centralizando cierto orden policial sobre distintos dominios públicos. La intrusión de violencia mediante las redes muestran un campo de batalla nuevo. Respecto a tal sector, el sector crítico, en cuanto a popularidad, dominio de medio y condición, llegó tarde. Llegó tarde para instaurar espacios donde el pensamiento sea afirmativo y positivo, al menos en este plano. Hoy hay sectores analíticamente fuertes que reivindican aspectos de nuestra tradición; aspectos regionales, nacionales, de industria, de desidentificación y dependencia colonial, tanto económica como valorativamente, cuyo horizonte es un futuro. Esto es, todo aquello que aparece como el enemigo del oficialismo, y que, socialmente, representa el mal y la caída frente al progreso prometido, al menos, en el grito de carácter momentáneo. De ahí eso de que, en lo referido al Estado/nación, la tensión sea entre nacionalismos y globalizamos, protecciones y liberaciones, tradiciones y des-identificación. Razones para pensar esto no faltan, pero es urgente no simplificar el análisis de las determinaciones fácticas, puesto que imponen más diversidad que aquel antagonismo mencionado primero. Y hace rato escuchamos que la discusión está solo en el primer par de las tres, y de modo simplista.
En términos meramente internos, hay una legitimidad social que hace creer al poder oficial que es necesario mover dos o tres piezas más, ahora mismo, antes de que estalle el bolsillo de sus habitantes por la presión de su propio vacío. Mientras tanto, y en cuanto el enemigo sea una mera negación, no habrá pasos en casilleros de adelantada. Hoy, 04 de marzo se cerró y valló, durante la noche del domingo y madrugada del lunes, la agencia Télam. Hace unos días el presidente cuestionó las currículas y legitimidad de carreras y contenidos de estudio que se autorregulan. Lo cual supone ser una discusión que recién empieza. De ahí lo del orden policial en distintos dominios públicos. El poder, por más liberal al extremo que sea, no puede renegar de su condición de posibilidad, el monopolio del control legalizado. Que va, quizás es ese el problema, que la pobreza crece, los frentes se abren y somos reconocidos como enemigos. Aparecemos frente al oficialismo y la masa social aún convencida, como la no libertad; frente al progresismo, como valores tradicionales que enajenan a individuos y grupos que se desarrollan trasnacionalmente, frente al globalismo, como el poder a desterrar, por lo anclado. Cuando uso el “parecemos” o el “somos” pienso en todos aquellos que bien sufrimos el daño material, pero que también nos preocupa una dominación que no puede sino deteriorar la existencia de muchísimas generaciones futuras.
Editorial escrita por Nicolás Romero.