La palabra suelta

El llamado “tag”, forma parte de una cultura conocida como Hip Hop. Desde aquí se desprenden diferentes ramas que hacen a esta cultura, una de ellas es el grafitti, desde donde, a su vez, el “tag” es una de sus líneas de expresión que el grafitti contiene, llegando incluso hasta el muralismo. Es decir, se trata de ramas representantes o mas bien catalizadoras de un bagaje intelectual, dentro de un determinado colectivo de sujetos.

Ahora bien y fuera de esta descripción, hace algunas horas se dio a conocer que el municipio de la ciudad instó a la justicia a que investigue y castigue a los responsables de dichos “tageos” vistos por aquí y allá. Así como sucedió en la pandemia, locaciones tanto públicas como privadas se encuentran en el medio de una disputa con dos perspectivas seriamente marcadas y distintivas una de la otra. Por un lado, la acentuación de “lo normal” como un paradigma de vida, es decir, un comportamiento acorde a las normas establecidas, y por otro una expresión artística (no estamos aquí para juzgar que es o que no es arte en un sentido estricto), que lleva consigo un trasfondo de motivos socioculturales.

Esta aclaración de criterio es importante, porque así sin más, se suceden diferentes enunciados que pretenden otorgarle un valor artístico a aquello que se realiza y en esa medida proponer límites no solo al “arte” sino y además a su forma de ejecución, por eso la pregunta es aquí: ¿hasta donde un sistema judicial se desdobla de sí y pretende ser crítico?, o más bien, ¿es el Poder Ejecutivo el encargado de tal incitación sin una previa mediación pública de estudio?, quizás ante esto último las cartas estén echadas puesto que el dominio de lo privado e incluso lo público aún se encuentra profundamente instanciado en un sector político dominante, el institucional.

Justo en la era de las viejas nuevas ideas, donde la libertad, la verdad o la belleza son nociones traídas y puestas en juicio de valor, parece que la greco discusión sobre la brecha entre lo público y lo privado, que con los avances de las tecnologías y los estados de control es difícil de delimitar, aparece nuevamente como una preocupación alarmante, al menos por parte de un sector de la sociedad.

El tag contiene en sí mismo un carácter principal, la visibilización. Desde el municipio se le llamó esto “pintarrasqueadas” y “grafitteadas” dejando en claro la ignorancia con respecto a este tem. Todo esto sin dejar pasar el término “castigo”, claro, que carga un historial pesado, al menos en nuestra sociedad. Pero este caso si que tiene algo para Despertando al dormido, ya que, como nunca, esta pequeña ciudad con aroma a pueblo dominada pública y privadamente tan solo desde un sector, se encuentra ante un supuesto conflicto que otras sociedades, ciudades y territorios llevan hace mucho tiempo bajo una normalidad pura.

Existen casos y casos, y creo que en cierta medida así debe de ser criticado, pero está claro que para este joven municipio es una novedad, así se percibe en el apresurado pedido judicial. ¿Qué se debe hacer ante esto?, ¿los autores merecen una pena?, ¿se prohibirán este tipo de expresiones artísticas realizadas desde hace por lo menos, 4.000 años?, parece que todo el mundo tiene rápidas y eficientes respuestas pero, lo que en realidad está en cuestión aquí es la disputa, la conquista de espacios.

Dentro de las normas existe un cierto “canon”, esta vez artístico, que parece que no debe de salirse de él puesto que si así sucede entonces estamos en frente de un no-arte. Ahora, ¿quién fija estas reglas y por qué?, creo que deberían de ser las primeras preguntas, pero profundas en serio. Porque claro, alguien podría decir, las reglas la fijan quienes se encuentran a cargo del manejo de tales arreas, donde esta forma de expresión artística toca, llega, y al mismo tiempo genera otra vez un conflicto popular acerca de lo público/privado, donde parece que solo los brazos abalados por “la institución” o desde la institución pueden tomar partido. Es decir, fijar tales normas artísticas y hasta donde, cuando y como una intervención es decididamente artística.

Claro, así como la intervención que se realizó en el viejo sitio jesuítico hoy conocido como la locación del Obraje, donde por ejemplo, personas externas a las instituciones de la ciudad e incluso a la localidad misma, utlizaron de una muy interesante manera esos espacios para la divulgación y muestra de arte. Aunque pequeño detalle, en ningún momento se hizo mención al lugar en el que se encontraban situados, ni mucho menos hubo un reconocimiento historiográfico, ni tampoco a los agentes encargados de su revalorización. Aunque claro, alguien estuvo a cargo del permiso para que esto se diera así, alguien estuvo a cargo a modo de supervisación, pero eligió no mirar.

Parece ser entonces que mas allá de si consideramos bien o mal las “pintarrasqueadas” (como se nombró desde el municipio), existen ojos que sitúan sus miradas allá donde la opinión pública corre, lo que de por sí es peligroso puesto que pierde el estudio acerca de la problemática puntual, en un mundo que ya sabemos, siempre es mudable, cambiante.

Deberán apurarse las investigaciones, vociferan en los pasillos municipales, mientras hay cosas graves que se dejan pasar fijando la genda pública en temas que nisiquiera se discuten. En la lentitud de quién no corre para no llegar, la agenda de interés público continúa orientanda a formas de pensamiento que emanan de un trabajo perfectamente mancomunado: municipio y medios, un amor inquebrantable.

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