Editorial.
En los últimos días, el municipio de Alta Gracia vivió una reconfiguración interna que derivó en movimientos dentro del gabinete local. Uno de los casos que más comentarios ha generado, puertas adentro y también en los pasillos de la política intramuros, es el del funcionario Manuel Ortiz, quien, sin ser parte del acto oficial de jura, fue reasignado a un nuevo rol mediante decreto.
La oficina que ahora ocupa no está asociada a ninguna Secretaría, ni tiene estructura de personal o presupuesto. Se trata de un espacio destinado más bien a la asesoría, lejos de los niveles ejecutivos de decisión que suelen marcar el pulso de la gestión. Sin embargo, en las redes se lo ha visto desplegar un importante esfuerzo por visibilizar esta nueva etapa como un ascenso estratégico dentro del esquema municipal.
El contraste entre el relato y la realidad no pasa desapercibido. Ortiz, históricamente vinculado a una búsqueda activa de protagonismo en la agenda pública, hoy se encuentra en una posición de escasa incidencia concreta, en un momento clave en que buena parte del gabinete se prepara —con hechos más que con selfies— para jugar fichas fuertes de cara a las elecciones municipales.
Este reacomodamiento deja ver más que una simple rotación: muestra el modo en que la gestión define quiénes tienen peso político real y quiénes se mantienen por la inercia del relato personal. En definitiva, una oficina no hace al poder. Pero sí revela, a veces con más elocuencia que un discurso, el lugar que se ocupa en el tablero.