Sanada por la fe: el testimonio de Valeria y el milagro de Ceferino Namuncurá que lo convirtió en Santo

Valeria Herrera, vecina de Alta Gracia, fue diagnosticada en 1999 con un cáncer de útero en estado avanzado. En medio de la desesperación, le pidió un milagro a Ceferino Namuncurá, el joven mapuche y beato católico. Su curación, inexplicable para la ciencia, fue reconocida por el Vaticano y se convirtió en el milagro que permitió la beatificación de Ceferino. A más de dos décadas, Valeria comparte su historia de fe, dolor, sanación y compromiso con llevar el mensaje de quien considera su amigo y compañero de camino.

En 1999, Valeria Herrera tenía apenas 23 años y recién había comenzado su vida de casada cuando recibió una noticia devastadora: padecía un coreocarcinoma, una forma agresiva de cáncer uterino, en un estado avanzado. Con ese diagnóstico, el miedo y la incertidumbre se apoderaron de su mundo. Sin embargo, su historia tomó un giro que la medicina no pudo explicar, y que años después sería reconocida por el Vaticano como un milagro atribuido al Beato Ceferino Namuncurá.

“Nunca imaginé que un papelito podía pesar como un elefante”, recuerda Valeria sobre aquel sobre que contenía el resultado de sus estudios. Entre el dolor, el desconcierto y la necesidad de sostener a su familia, buscó consuelo en su fe. Una noche, encontró en una revista la imagen de Ceferino Namuncurá, a quien su abuela le había enseñado a conocer como “el santito de los indios”.

Yo lo miré y sentí que era mi amigo. Había misionado con pueblos originarios, sentí que él me iba a entender”, dice Valeria. Aquella noche le habló como se le habla a un compañero de vida: le pidió que hiciera un milagro con ella. La paz que sintió fue tal, que logró dormir después de días de angustia.

Al día siguiente, ya derivada al Hospital Rawson, los médicos confirmaron la gravedad del cuadro: metástasis, tejido necrótico, niveles hormonales disparados. Pero ella pidió un fin de semana más para compartir con su esposo y volver a su hogar en Viale Mase. Fue a misa, rezó y trató de vivir con serenidad esos días.

El lunes siguiente, cuando regresó al hospital, los médicos no podían entender lo que veían: no había rastros de metástasis ni de tejido muerto. En cambio, había tejido regenerado. Su dosaje hormonal, que había alcanzado los 175.000, se había reducido drásticamente. “Me preguntaron qué había hecho. Yo les dije: ‘Sé lo que pasó’”.

Su historia médica, que terminó archivada como una “involución espontánea”, sería más tarde enviada al Vaticano, no sin antes vivir un largo y difícil proceso. Valeria no sabía a quién acudir para contar su historia. Tocó muchas puertas hasta que, casi por casualidad —o por obra del propio Ceferino— un hermano Menesiano escuchó su relato y decidió llevar su caso a Roma. Así comenzó la causa que en 2007 terminó con la beatificación de Ceferino Namuncurá, con Valeria presente en Chimpay, su lugar de origen.

“Ver entrar a su pueblo en procesión, ver el cielo mezclado con la multitud… eso era Ceferino: unir el pueblo con el cielo”, recuerda con emoción.

Desde entonces, su vida cambió. Fue madre de cuatro hijos, vive con serenidad y continúa compartiendo su testimonio. “La vida se ilumina. No soy el sol, pero puedo reflejarlo”, dice Valeria. Hoy, cuando muchas personas la buscan para contarle sus historias, responder dudas o buscar consuelo, ella afirma: “Cuando se obtiene una gracia tan grande, no hay que ser egoísta. Hay que compartir”.

El Vaticano aún espera un segundo milagro para que Ceferino Namuncurá sea declarado santo. Mientras tanto, Valeria —mensajera de fe y esperanza— sigue convencida de que hay muchos milagros más por contar.

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