El PRO cordobés se achicó tanto que ya se discute más por sellos que por ideas. En Alta Gracia, su presidente de circuito, Ricardo González, aparece como uno de los últimos custodios de una marca que se desvanece entre los violetas. En 2025 deberá decidir si renueva la conducción local para intentar salvar lo que queda del partido, o si entrega el sello como ofrenda al libertarismo en busca de un nuevo lugar bajo el sol.
Mientras tanto, el tablero provincial sigue fracturado. Oscar Agost Carreño sostiene el cascarón formal del PRO Córdoba, pero su disputa con el sector de Mauricio Macri y Soher El Sukaria le resta músculo interno. En paralelo, mantiene un acuerdo tácito con Laura Rodríguez Machado, más basado en conveniencia que en convicción. Una paz fría que solo busca disputarle el poder a Soher, pero que no frena el avance violeta sobre las bases amarillas. Ese avance tiene nombres propios. Carmen Álvarez Rivero, hasta hace poco senadora del PRO, se afilió a La Libertad Avanza y selló su pase al bloque de Gabriel Bornoroni, formalizando lo que muchos dentro del macrismo cordobés consideran una rendición ordenada.
A su vez, la propia Rodríguez Machado cambió de bloque en Diputados, en un movimiento que consolidó la fragmentación del espacio y dejó al PRO provincial partido en varios pedazos: uno que resiste, otro que negocia y un tercero que ya directamente se mudó de color. En ese mapa movedizo, Ignacio Sala, legislador y fiel alfil de Rodríguez Machado, acompaña la estrategia desde la Legislatura. Con perfil más bajo, intenta sostener el espacio sin romper los puentes con los libertarios, una posición ambigua que refleja el estado actual del PRO: ni resistencia ni rendición, solo flotación política.
Alta Gracia no es ajena a ese dilema. González sabe que en tiempos de borradores ideológicos, la lapicera local vale más que el carnet partidario. Su desafío será decidir si usa esa lapicera para reescribir la historia amarilla o para firmar el traspaso al nuevo orden violeta. El PRO fue, durante años, la promesa de una derecha moderna y dialoguista. Hoy sobrevive en comunicados, en grupos de WhatsApp y en dirigentes que aún se preguntan si el cambio era esto. Córdoba, cuna de rebeldes y ensayo de todos los experimentos políticos del país, vuelve a mirar cómo su dirigencia se acomoda a los nuevos vientos. La pregunta ya no es quién lidera, sino quién queda para apagar la luz.