En los antiguos relatos de La Rancherita, entre sierras que aún guardaban secretos de pueblos originarios y encomiendas coloniales, existía un lugar señalado por hombres y piedras: el Punto de Quiebre. Según los pobladores de antaño, ese sitio era el punto de encuentro y medición de voluntades de tres grandes estancias: La Estancia de Anisacate, La Estancia Guadalupe o Potrero de Garay y La Estancia de José de la Quintana, cuyo nombre quedó vinculado al viejo camino real que conectaba el valle con la ciudad de Córdoba.
Fue en 1861 cuando el colono Jacinto Godoy levantó con paciencia las famosas Pircas de piedra, muros que aún perduran y que no eran simples divisorias: eran mojones vivos, guardianes de límites que separaban aguas, potreros y destinos familiares. La tradición cuenta que las piedras fueron colocadas sin barro ni mezcla, como si supieran que debían sostener la memoria de siglos.
El rumbo marcado era N 4° 50’ O, una línea recta que desde el sur se proyectaba hasta el río, dividiendo la tierra en franjas que más tarde darían origen a villas, loteos y pueblos. Los ancianos relataban que, cuando el sol invernal iluminaba las pircas, las sombras dibujaban un mapa secreto de los antiguos dueños, y que en las noches de luna clara los corrales de piedra brillaban como un collar de fuego, recordando a los hombres que las tierras no eran eternas, pero sí la memoria de quienes las habitaron.

Hoy, quienes recorren la zona pueden seguir esa traza en los mapas modernos y tocar con sus propias manos las piedras de las pircas. Cada roca es un fragmento de historia: la frontera entre tres estancias, el esfuerzo de peones y capataces, y el inicio de la fragmentación que transformaría aquellas grandes haciendas en La Rancherita, Las Cascadas, La Bolsa, Cerritos de La Bolsa, el Valle de Anisacate y La Quintana.
Andrea Isola, quien junto a su marido recorrió recientemente las pircas, relató: “Encontré una que unía las tres estancias. Hice una leyenda y saqué fotos. Esas pircas están difíciles de llegar, pero no imposible. Ese mapa refleja la línea divisoria de un documento de 1879, que separaba la Estancia Anisacate de la Estancia Guadalupe, lo que hoy sería Potrero de Garay”.
Dicen que, si uno se detiene en silencio junto al muro de Jacinto Godoy, todavía se puede escuchar el eco de las voces que discutieron los linderos, el martilleo de piedra contra piedra y el murmullo del río, que sigue siendo la frontera más sabia y eterna.


