Sergio Massa es la cara del último baile, en un sistema político que fue víctima de su inoperancia y arrogancia.
Javier Milei será un mojón en la vida política de nuestro país. En dos años construyó su candidatura desde los canales de televisión y logró apartar a los grandes partidos de la disputa electoral, obteniendo un resultado contundente en el balotaje.
¿Ganó la extrema derecha o la falta de respuestas de una clase política que ser muerde la cola hace décadas? ¿Se puede equivocar tanta gente que no se conoce y vota lo mismo? ¿El sistema democrático solo sirve cuando gana el que me gusta?
Si algo plantó el triunfo libertario es la necesidad de una fuerte refundación de la política nacional. Un sistema de representación que olvidó su función y se puso en el centro de la escena de una sociedad que vive hace años una degradación de bienestar.
Con “la ñata contra el vidrio”, como dice el famoso tango, la sociedad argentina perdió contacto con sus representantes, quienes se fueron alejando de la fuerte penetración que tenía cada una de sus malas decisiones.
No es justo creer que la culpa de elegir un presidente que reivindica lo actuado por las fuerzas armadas en la última dictadura, que humilla a las mujeres a los gritos, que compara a los homosexuales con elefantes, o rengos; un presidente que hizo campaña hablando de imponer una dolarización, privatizar mares y ríos, vender armas, niños, órganos y todo lo que el mercado pueda comprar, lo hizo solo porque ¡la gente vota mal?”
El triunfo de Milei se viene construyendo hace décadas porque hay una política que no solo perdió el diálogo con sus representados, sino que perdió la comunicación interna; así de malas fueron las acciones de esos dirigentes…a tal punto que un hombre con ideas alocadas, fue considerado más cuerdo que todos los que lo señalaban.
¿Alcanzará esta muestra empírica del fracaso de una dirigencia que tiene más excusas que soluciones, en un país que perfora su piso de pobreza cada lustro? No hace falta una simple autocrítica, sino una refundación de la representatividad, lejos de discursos vacíos y publicitarios.
El ex presidente de Uruguay, Pepe Mujica, se retiró de la vida política explicando: “Estoy para salir por cuestión de edad, porque tengo una enfermedad inmunológica crónica y es lógico que la política obliga a relaciones sociales. Si me tengo que cuidar, no puedo hablar, no puedo ir a un lado, no puedo ir al otro, soy un mal senador”, dando a entender que la acción política es de contacto directo con la ciudadanía.
La dirigencia argentina abandonó, hace rato esa cercanía, olvidando que son representantes, no representados.