Adrián lo adoptó cuando era un bebé y decidió criarlo junto a sus mascotas para evitar que sea asesinado. “Es un muy buen amigo y cada vez que llego a casa me está esperando”.
Son menos de 100 los metros que le faltan a Adrián para llegar a su casa. Es sábado, restan 10 minutos para las 12 del mediodía y el sonido de su moto es lo único que se oye sobre la calle 40 de Mar Azul. En su casa lo esperan sus perros, una gata y un jabalí al que lo invade la alegre desesperación de salir de su corral.
“Ya voy, Gervasio. Ya te abro”, grita Adrián. A ambos los separa un pequeño estanque de agua y una estructura de madera que controla que el animal de más de 200 kilos no se escape. “Lo habían cazado cuando era un bebé y lo traían junto a su mamá, que estaba muerta en una bolsa de arpillera. Me dio lástima y les pedí por favor que me lo dieran”, recuerda Adrián.
El hombre oriundo de La Plata llegó a la Costa Atlántica hace 15 años. Una oferta de trabajo en Mar de las Pampas (también partido de Villa Gesell) lo impulsó a descubrir otra vida. El esfuerzo y un puñado de ahorros le permitieron comprar un terreno en Mar Azul. Allí construyó su casa y le salvó la vida a un animal salvaje.
“Llegué solo con un perro que se me murió hace tres años. Ahora ya todos me conocen y coseché un montón de amigos. Vivir acá es ser parte de una familia”, cuenta en diálogo con TN.
Todo su relato transcurre mientras ingresa a su propiedad para buscar una bolsa de nylon con un puñado más que generoso de cebada. El afortunado es Gervasio, su jabalí, que para ese entonces ya calmó su sensación térmica chapoteando en el estanque.
“Ahora tiene un año y medio. Lo recibí cuando era un bebé. Lo empecé a criar con una mamadera y a darle la misma comida que a los perros. Por eso está así de gordo”, expresa el platense.
Y rememora: “Me dio una pena bárbara porque era muy chiquito, tenía el tamaño de una zapatilla. Y una semana de vida, como mucho. Le empecé a dar mamadera y le confeccioné un corral chiquito, que ahora lógicamente es más grande. Fue creciendo el amigo…”.
Adrián admite que no fue sencillo criar un animal de esta envergadura dado que demanda un esfuerzo que se exhibe en lo económico. “Si hubiese sabido el trabajo que implica quizá no lo hubiese tenido. Él come 100 kilos de cebada por semana, que por suerte me la regalan unos amigos que fabrican cerveza. Pero mirá: una bolsa de 50 kilos cuesta $3000. Y consume dos por semana. Hacé la cuenta”.
“En ese momento no lo pensé, lo agarré y lo metí en casa. Yo lo quiero. Y más allá de todo, puedo decir que es muy bueno tenerlo. Es lo mismo que un perro, porque él quiere cariño, que le den de comer y lo saquen a pasear. Nada más”, continúa.
“También le gusta el zapallo, la sandía, el tomate. Es muy exquisito, eh. Le tirás una lechuga y no la come”, dice Adrián. Su dueño también evita que coma carne: “A veces los vecinos le traen alimento y les pido que nada de carne. Le gustan mucho las raíces del pasto”.
Adrián reconoce que para entender cómo cuidarlo recurrió a la lectura y se asesoró con especialistas en jabalíes. “Lo más importante es darle amor, cariño, tratarlo bien. Es igual que un perro, tiene los mismos comportamientos. Yo siempre digo que se cree perro”, remarca.
También destaca que “jamás tuvo una actitud violenta ni la necesidad de atacar a alguien. En el barrio lo conocen todos, los chicos vienen a saludarlo. A lo sumo tira cabezazos, pero porque quiere que lo acaricien. No tiene maldad”.
La playa: su lugar en el mundo
Fuera de la temporada estival, cuando el turismo decrece y la ciudad recupera su calma habitual, es normal ver a Gervasio caminando solo por las calles dirigiéndose a la playa.
“Le encanta, es un restaurante para él porque come los berberechos y caracoles. A veces va solo y vuelve de la misma manera. Le encanta el mar y le hace bien porque necesita caminar. Estos animales recorren 40 kilómetros por día para alimentarse; Gervasio a veces no camina ni 100 metros”, explica Adrián.
Cuando el tiempo se lo permite, el hombre dedicado a los servicios de hotelería sale junto a Firpo y Shincal, sus perros, para que Gervasio transite los 1000 metros entre su casa y la arena. “Se distrae mucho en el camino, podemos llegar a tardar una hora en hacer ese recorrido”, revela entre risas.
“Sé que viven entre 10 y 12 años. Lo voy a seguir teniendo hasta que se muera, esa es mi idea, pero también hay que ver qué pasa en el futuro. En Gesell había una chancha más grande que él y la adoptaron. Ahora está en un campo que maneja una gente que los protege”, expresa Adrián.
Y concluye: “Es un gran amigo Gervasio. Llego a casa y me está esperando. Me demuestra mucho cariño, que me extraña, se pone contento. Quiero que se quede conmigo”.
Cámara, fotos y realización: Juan Pablo Chaves.
Edición: Berenice Laciar.