La conferencia que se escondió del pueblo

Editorial en tiempos de campaña.

Las estaciones de servicio son grandes representantes de historias que nos apasionan. Representan, a la vera de la ruta, una señal de humanidad distante, semejante a la que generaban las farolas desteñidas de las viejas pulperías. Se consolidó, después de reiteradas pruebas que se solidifican en la cotidiana comodidad, como un sitio de encuentro. Familias al mediodía, viajantes con la merienda de un atardecer, o reuniones de medianoche acompañadas de café. Con todo, lo que nos dan éstas imágenes son intimidad, o mejor, intimidades.

Para una obra de prosa del todo distinta esto es un buen hilo del que tirar, pero la melancolía costumbrista se rompe acá, hoy. Pasadas las once de la mañana del martes, una delegación pequeña frenó en una diagonal que desemboca en la ruta, y de los autos bajaron un par de personas. Pibes, uno de ellos es una cara visible del oficialismo, Iñaki Gutierrez. Venían a dar una pequeña conferencia para la presentación en la ciudad del candidato Gonzalo Roca. Adentro esperaban veinte o treinta personas. Gente de la estructura, alguien de seguridad, bastante precaria por cierto, gente de redes, edición, algunos militantes y algún que otro curioso.

La conferencia estaba pautada una hora y media antes y en otro lugar. Claro, aquella iba a tener lugar en el centro de la ciudad de Alta Gracia. Luego de que se corriese la bola (como es natural ya que en estos actos la comunicación es oficial), militantes opositores se dirigieron a ofrecer muestra de la resistencia que sostienen. Alguna que otra tráfic y un pequeño tumulto llamó la atención de la gente de la delegación y, repentinamente, cambiaron de lugar.

Yo bajaba por la plaza veinte minutos antes del horario propuesto inicialmente; no ví a nadie. Ya sabía del cambio de lugar pero aún así esperaba ver el movimiento típico, pero nada. Mientras pasaba por el reloj público vi a un adulto joven, delgado y alto al que prejuiciosamente percibí cómo militante de la Libertad Avanza. Y digo prejuiciosamente porque no llevaba insignia alguna. Saqué las conclusiones de puro prejuicio y cálculo, ya que, junto a la mujer mayor que lo acompañaba, se encontraban mirando alrededor de sí como en búsqueda de algo. Al llegar a la estación de servicio ubicada a las afueras de la ciudad noté gente adentro. El clima era extraño. Se sostenía entre una mezcla de pequeña exitación por quiénes genuinamente estaban experimentando algo que los movilizaba y un secretismo de barullo bajo y audios al teléfono en reuniones de dos o tres. Sin duda ese no es un clima electoral.

Se conjuntaron cosas esperables. Un grupo de trabajadores de la salud, y digo grupo porque no eran más de quince personas, se acercó con banderas y reclamos para algunos dirigentes regionales y municipales del oficialismo quienes estaban a la espera de la delegación. Respecto a su llegada declararon a los medios ‘no saber por no manejar esos temas’ y sostuvieron entre dichos con los manifestantes que pacíficamente les reclamaron explicaciones. Al cabo de unos largos minutos, los periodistas presentes nos enteramos que además de demorarse por no querer dar con manifestantes, la delegación se dirigió primero a un medio de la ciudad. Luego irían hacia la cita prevista. Digo ‘irían’ porque tampoco estaba dado que así fuese. Unos minutos antes de la conferencia me acerqué a sacarle charla a un oficial que había llegado en la patrulla. Quería saber si la orden de su presencia provenía de algún organismo público. ‘Nos llamaron para que veamos por las dudas, las chicas del lugar’, me dijo. Entre honestas caras de desorientación programática la delegación por fin llegó. Sus representantes saludaron a quienes estaban reclamando afuera, uno por uno. Iñaki prometió una charla que nunca se dió y entraron por la puerta trasera, la que da al patio techado.

Mientras los aviones hidrantes que salían del campo ubicado del otro lado de la ruta hacía el mega incendio en las montañas del Cóndor volaban más bajo que las palmeras de la plaza, entramos de a poco. Hice fotos afuera y me adelanté a la puerta en la que iban a ingresar. Es importante destacar que nadie ordenó nada. Nadie con cara de un ‘no pasar’, el personal no solo no era suficiente sino que las indicaciones, al menos ya en el lugar, eran escasas. Me puse justo en frente de la mesita en donde se iban a presentar. Delante de ellas dos filas de mesas para unas quince o veinte personas tenían sus sillas vacías ya que estaban todos ingresando junto a la delegación. Le dije a Cuffa, referente del partido en la ciudad, ‘acá nos sentamos los periodistas para la conferencia’, mientras movía una silla de la mesa para ponerla en frente de la mesa conferencial. ‘Sí, sí’ respondió medio a las apuradas y procedió a repetir lo mismo pero ahora en tono alto para que lo escuchasen todos.

Nunca le pregunté dónde habíamos de ubicarnos, ni siquiera si era ahí donde habríamos de ubicarnos. Se lo indiqué. Lo hice queriendo adelantarmee para tener un lugar que me permita un plano medianamente limpio y decente. Creo que eso dice mucho no solo de su situación organizacional en específico, sino de su relación con el pueblo y lo político en general. Una relación que va desde la crueldad burlesca al ordenamiento espontáneamente sumiso tanto de órdenes externas como (y esto es novedad de a poco) de las demandas poblacionales. Todo terminó muy rápido. Hubo un recuento de algunos datos no corroborables en la realidad, la pulsión de sostener una extraña batalla cultural, y el pedido urgente de ‘acompañar esta segunda parte’. ¿Segunda parte de qué?, me pregunté.

Grabé unos minutos y salí hacía atrás. Una amiga me vió quien sabe mediante qué plataforma y al sacar el teléfono le contesté. Mientras le empecé a contar de qué iba caí en cuenta de que se trataba de una conferencia oficial. De que tal conferencia era la presentación oficial al pueblo del candidato que el partido al mando del país iba a presentar en nuestra región. Y que la presentación se hacía en la ciudad más importante del departamento de Santa María, el departamento que más creció en la provincia de Córdoba en los últimos, por lo menos, doce años. Y ahí estábamos. En la estación al lado de la ruta a las afueras de la ciudad. En un paisaje austero y reservado, un clima de extraña intimidad. No hubo banderas, ni bombos, ni gestos de festividad. Solo un pequeño goce inter pares ideológicos cuyas muecas eran un permiso a la conciencia objetiva para poder saludar aquella emoción. Un acto nacional que habla por lo bajo y teme estar con quién debe. ¿Cómo es que está solo tan rápidamente quién es elegido por otro?. ¿Qué es este encuentro al borde de la soledad entre la agonía de la indiferencia?. ¿Puede la política representar ser intimidad?