La madrugada de Navidad dejó algo más que brindis inconclusos en Malagueño: dejó miedo, bronca e impotencia.
Eugenia, vecina del barrio y madre de dos menores, relató el calvario que vivió cuando un hombre —vecino de la zona— ingresó armado con un cuchillo a su patio e intentó forzar la ventana del dormitorio de su hijo de 13 años.
Eran cerca de las 4 de la mañana cuando el mismo sujeto ya había protagonizado otros intentos de robo en viviendas linderas: puertas violentadas, una escalera robada, gritos, insultos. Nadie intervino a tiempo. Minutos después, el miedo cruzó de vereda.
“Yo estaba sola con mis hijos, uno de 13 y otro de 3 años. Mi marido no estaba. Cuando escucho a la perra ladrar y veo que intenta forzar la ventana de mi nene, se me cayó el mundo encima”, relata Eugenia, aún conmocionada.
Según su testimonio, el intruso portaba un un cuchillo que luego fue fotografiado y presentado como prueba. A pesar de eso, y de haber sido reducido momentáneamente por la intervención policial, el agresor fue llevado… a su propia casa.
Veinte minutos después, volvió.
“Volvió a aparecer, volvió a hacer ruidos, volvió a querer entrar. ¿Qué más tiene que pasar? ¿Que hiera a alguien?”, se pregunta Eugenia, quien hoy sufre ataques de pánico y asegura que ya no se siente segura en su propio hogar.
La situación terminó de estallar cuando, horas más tarde, comenzó a circular la versión de ya “lo habían largado”.
“¿En qué mundo vivimos? Se mete en mi casa con un cuchillo, hay dos menores, y resulta que la culpable soy yo”, dice, con la voz quebrada.


Lo más indignante para la familia llegó después: el agresor permanece en libertad, caminando por el barrio “como si nada”, mientras la causa espera una orden de la fiscalía.
“¿Esperar qué? ¿Que vuelva a entrar? ¿Que esta vez pase algo peor?”, se pregunta Eugenia.
El hecho ocurrió en Barrio San Francisco, pero el debate es mucho más amplio: ¿qué mensaje se envía cuando alguien entra armado a una vivienda y vuelve a su casa como si nada hubiera pasado? ¿Dónde queda la protección de las víctimas? ¿Y la de los niños?
Hoy, Eugenia no habla solo por ella. Habla por muchas familias que sienten que las puertas ya no alcanzan para protegerse, y que el miedo terminó ganando terreno mientras la respuesta llega tarde… o no llega.