El Ala, uno de los monumentos más famosos del país sigue judicializado y los proyectos deben seguir esperando

El monumento a Myriam Stefford, ubicado a la vera de la ruta 5, está bajo un proceso judicial de los herederos por ende todos los proyectos culturales y turísticos que se presentaron en la Legislatura como “Puerta de entrada a Paravachasca” deben aguardar que la Justicia tome decisiones. “Ni siquiera se puede pintar”, manifestó una legisladora al respecto.

En agosto de 2023, el famoso monumento a Myriam Stefford ubicado a la vera de la ruta 5 cumple 87 años de vida. Su historia guarda hechos de amor y traiciones, y forma parte de una de las historias románticas más famosas del país.

Hoy por hoy se encuentra totalmente abandonado y las clásicas visitas que podían hacerse allá por los años 80 y 90 forman parte de un pasado que se fue apagando como las luces de la torre que tiene 14 metros más que el Obelisco.

Para recuperarlo se presentaron varios proyectos en la Legislatura, uno de ellos era expropiarlo, recuperarlo, ponerlo en valor y transformarlo en la Puerta de Entrada a Paravachasca, sin embargo todas las propuestas duermen el sueño eterno hasta que la Justicia decida a quien pertenece, ya que los herederos comenzaron un proceso judicial hace varios años.

“Ni siquiera se puede pintar”, manifestó una legisladora al respecto, una de las tantas que intentó hacer algo con este monumento que tras la ampliación de radio solicitada por el municipio de Santa Ana está dentro de esa jurisdicción ahora. Justamente desde el municipio también se intentó recuperar y que forme parte de un proyecto cultural que tampoco puede realizarse, como dijimos, hasta que la Justicia tome una decisión sobre los herederos.

¿Qué significa el monumento a Myriam Stefford?

El 26 de agosto de 1931 el avión que pilotaba Myriam Stefford se desplomó en medio de un raid que pretendía visitar cada una de las catorce provincias que tenía Argentina por ese entonces. La acompañaba Ludwig Fuchs, instructor de vuelo y veterano de la Primera Guerra Mundial.

Cuando se conoció, la noticia ocupó la primera plana de todos los diarios. La joven aviadora era una celebridad, un personaje de la alta sociedad que en poco tiempo había ganado alta exposición, y su travesía era seguida con ansiedad por el público. Ella era muy joven. Tenía 26 años. Estaba casada con un millonario argentino, Raúl Barón Biza.

El viudo construyó en su honor un impresionante monumento fúnebre que aún sigue en pie. Un obelisco de hierro y cemento con forma de ala de 82 metros de altura, el monumento más alto de la Argentina. Quiso que allí reposaran los restos de su amada.

Nació en Suiza en 1905. Su nombre era Rosa Margarita Rossi Hoffman. Por el que la conocemos, Myriam Stefford, fue el que eligió para su carrera cinematográfica. En una de sus novelas, Barón Biza la describió de esta manera: “Boca pequeña de labios pintados, tibios, húmedos. Boca de carmín, tenía ese rictus embustero, delicioso y un poco canalla de todas las divinas bocas nacidas para mentir y besar”. Hasta que conoció a Barón Biza se paseaba por los grandes salones de Berlín, Viena, París y la Costa Azul.

Raúl Barón Biza era millonario, escritor maldito, pornógrafo, bon vivant, revolucionario, playboy, empresario y provocador. “No soy culpable de mi riqueza, no hice más que heredarla. Y he nacido rebelde y revolucionario, como otros nacen proxenetas o cornudos”.

La conoció en medio de una fiesta. Noche, champagne, lujo, música, placer. Así creyó que sería el resto de su vida. Pero pasado un tiempo la tragedia cayó sobre su vida y ya no lo iba a abandonar.

Ella, Myriam Stefford, era esplendorosa. Tenía 20 años y un fulgor personal. Era actriz o pretendía serlo. Había participado en tres películas y el cine le parecía un mundo encantado, un mundo en el que ella merecía vivir.

Él, Raúl Barón Biza, era un dandy dado a la prodigalidad. Era de los argentinos que “tiraban manteca al techo en París” (alguien le atribuyó a él la creación de la frase: aunque eso sea improbable, sí sabemos que era uno de los que con un tenedor jugaban a dejar pegado en los techos de los grandes salones parisinos los rulos de manteca). Le gustaba escribir, seducir y escandalizar.

Raúl Barón Biza y Myriam Stefford se cruzaron en 1925 en Viena. A él lo antecedía una leyenda de excesos, despilfarros y hazañas. Hacer saltar la banca de Montecarlo, pasear por las calles llevando animales salvajes, orgías maratónicas. A ella le bastaba con su belleza, el encanto y las películas en las que decía haber actuado en Berlín. Se enamoraron de inmediato. Pasaron algunas temporadas en Europa hasta que en 1928 viajaron a Argentina. La alta sociedad de la época quedó deslumbrada con la extranjera, su juventud y desparpajo. También vivieron en Los Cerrillos, una estancia en Alta Gracia, Córdoba. Al tiempo volvieron a Europa y se casaron en Venecia.

En los diarios y revistas argentinos, ella primero contó que dejaría reposar su carrera artística para centrarse en su marido y su matrimonio. Tiempo después el anuncio fue que volvería a actuar. Se hablaba de grandes protagónicos y súper producciones. Pero nada de eso ocurrió y su vida como actriz permanece en la zona de la leyenda. Su nueva inquietud fue la aviación. Todavía la aviación era escasa y peligrosa, estaba en ciernes. Casi no había mujeres que se dedicaran a ella. Se la consideraba un deporte. De riesgo. Hizo el curso y obtuvo en dos meses el brevet de aviadora civil.

Después llegó el gran anuncio, el raid que tendría en vilo al país. Esa pretendida hazaña de conectar por aire las catorce provincias, los puntos más distantes de la Argentina. Pensaban hacer casi 5.000 kilómetros en cinco días y aterrizar en las catorce ciudades capitales. Ese sería el primer paso. Myriam quería ser la primera mujer en unir Argentina y Estados Unidos por aire. Cuando, antes del despegue, le preguntaron si no tenía miedo, ella respondió que siempre había vivido a lo grande, y que si le tocaba morir lo haría de la misma manera.

El 18 de agosto de 1931 comenzó el periplo. El despegue inicial fue en el aeropuerto de Morón. Pero luego de la segunda jornada hubo un inconveniente con la nave, el Chingolo, un Messerschmitt BFW. Una falla que impidió que siguiera volando. Los dos tripulantes estuvieron unos días inactivos hasta que Barón Biza les envió un nuevo avión para que pudieran continuar. Pero todo terminó en Mirayes el 26 de agosto de 1931.

Con el tiempo creció un rumor, una sospecha que nunca fue sustentada con datos. Se dijo que el avión había sido saboteado por Barón Biza. El motivo habrían sido los celos que sentía por un supuesto amorío de Myriam con el instructor.

Myriam fue enterrada en el panteón que la familia de su esposo tenía en la Recoleta. Raúl mientras tanto hizo construir un monolito en el lugar en que el biplaza cayó. Una construcción de más de una decena de metros de altura.

Cuatro años después de la muerte de la aviadora, Barón Biza contrató a Fausto Newton, un reconocido arquitecto, para que hiciera el monumento más alto del país en honor a su amada. Construyó el mausoleo que hoy está a la vera de la ruta. Trabajaron más de cien obreros en la obra que duró un año.

El cuerpo fue enterrado seis metros bajo tierra. Sobre el féretro colocó su casco de vuelo, un reloj para pilotear y algunas partes rescatadas del avión. La leyenda sostiene que en los cimientos se guardó una caja con sus joyas más preciadas, piezas únicas y costosísimas que Barón Biza le había regalado en Europa, entre ellos La Cruz del Sur, un diamante de 45 kilates. Una placa de mármol contenía el nombre de ella y sus fechas de nacimiento y muerto, y el epitafio: ” Viajero rinde homenaje con tu silencio a la mujer que en su audacia quiso llegar hasta las águilas”. Pero no era la única placa de mármol en el que se había tallado una frase. En otra, Barón Biza, dejó una maldición: “Maldito sea el que profane esta tumba”. Pese a la admonición, la tumba fue profanada en varias ocasiones.